martes, 19 de mayo de 2015

CAÍDA LIBRE



Balanceándose, 
así se encuentran los suicidas

Ann Sexton


Me columpio en la cuerda de “rappeling“.

La sangre corre por mis venas.

Estoy coqueteando 

con la idea de la caída libre.

Necesito de la adrenalina 

para que me espabile.

No quiero hacer ninguna tontería.

Solamente levitar sobre la cuerda floja, 

sobre la cuerda tensa.

Duele el agarre, pela las manos.

Deja una emoción agridulce 

mascándose en la garganta.

Soy tremendamente fetichista 

con eso de las cuerdas.

Las uso siempre de yute.

Me encanta su rugosidad, 

su roce en mi carne.

Yo misma preparo mi equipo.

Hago los nudos.

Reviso los mosquetones.

Los engancho al arnés.

Colisión de cuerdas sorbiéndome la piel.

Descensos en vertical practicados 

sobre la roca viva.

Desanudaré el arnés.

Me dejaré ir.

Voy en picada.

La tierra es un hipnótico pedazo de barro.

La gravedad, una araña tejiendo su red.

Cuerdas tensándose.

Una corriente de aire 

reptando entre mis muslos.

Se eriza mi piel.

Maldita sea.

Porque estoy tan lejos del borde.


4 comentarios:

  1. Danzamos entre la desesperación de los secretas fantasías y la furia de un salto total y definitivo. Un clímax mitológico, eterno.
    El cerebro juega a caer y las carnes reciben con hiriente y mortificante júbilo la mordida del yute.
    Hay un estremecimiento alienante entre la carne herida y la caída sin freno.
    Beso bermejo, estremecedora Lynette.

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  2. Cuerdas que te arrojan en lugar de sujetar.
    Cuerdas que nos prenden al toque.
    Pienso que la sangre arde en medio de esta filosofía de los nudos,
    que se enredan y desenrendan a una vuelta de brasa de la combustión espontánea.

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